En los últimos días de agosto visitamos uno de los sitios arqueológicos menos conocidos de Atenas. La academia de Platón es uno de esos lugares de los que un filólogo clásico (o un filósofo) han oído hablar repetidamente durante su periplo universitario. Llenos de curiosidad por saber porqué no van los turistas a verlo, fuimos al fin.
Bien, de entrada la academia de Platón está en uno de esos barrios industriales que un día fueron extrarradio y hoy son casi centro de la ciudad. Vamos que si me dijeran que cualquiera de vosotros fue visto por allí por última vez, me preocuparía.
Los restos están en un parquecito al que se accede por el lateral de una iglesia adecuadamente "kitsch". El parque es refugio de gente de aspecto, digamos... inquietante. Supongo que eran inmigrantes ilegales de Pakistán o Sri Lanka, y griegos de aspecto no menos inquietante, quizá algunos buscaban algún chapero o qué sé yo. Realmente, no sé que hace la gente inquietante en un parque a finales de agosto a 37 grados, quizá sólo esperar.
Las ruinas son grandes no muy espectaculares y, en fin, no demasiado atractivas, salvo para fanáticos de la cosa en sí.
Cuando fuimos a salir de allí vimos venir hacia nosotros a un coche por una calle estrecha que parecía ser la idónea para salir de allí. No es que nos sorprendiera que viniera por dirección prohibida -es frecuente en Atenas-, pero los coches aparcados le daban la razón. Un detallado estudio nos dio la clave: una aparición más de lo que Maricarmen y yo denominamos el síndrome de "Si no sabes, ¿Pa'que vienes?" es decir, que las señales siempre suponen que sabes ir de todas maneras y que nadie se ocupa de que sean útiles o ...visibles.
miércoles, 17 de septiembre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario