lunes, 20 de abril de 2009

Privilegio de Pocos

Estas vacaciones de Semana Santa (para mí, Maricarmen trabajó buena parte de ellas) han sido prolongación de una semana de baja (esguince de segundo grado de mi maltrecho tobillo izquierdo), que debiera haber durado al menos quince días, pero me tomé el alta porque, total para estar de vacaciones, venía a ser lo mismo. Decía, que estos días han sido inolvidables. Lo primero por pasar, aún estamos pasando, tantos días juntos; en tercer lugar de importancia y cronológico por haber ido a Egina en viaje turístico-cultural-gastronómico ( o sea el plan de siempre, seamos claros...). De esto habrá post separado.

He sacado el segundo item del orden lógico porque es el que voy a desarrollar. Esto del “in medias res” debe hacerse sin avisar, a la manera épica, pero no pudiendo compararme con mi Virgilio del alma prefiero dar un aviso al respetable que por ahí quede.

Y fue el segundo de los hechos (gesta diría casi) el que fuimos invitados ( y, sin duda, de ello envidiados) a entrar en las zonas de la acrópolis prohibidas a los simples visitantes de pago. El privilegio fue consecuencia de los buenos oficios del Dr. Eusebi Ayensa, a la sazón director del Instituto Cervantes de Atenas. Por motivos profesionales, el Dr. Ayensa estableció contacto con el Dr. Tanoulas, director de las obras de restauración de los Propíleos de la Acrópolis y autoridad indiscutible en la materia, quién procedió a invitarle (y hacernos extensiva la invitación) y se nos ofreció de doctísimo guía. Para mi sorpresa no sólo se me permitió hacer fotos, sino que se me animó a ello, e incluso el Dr. Tanoulas empuñó mi cámara y levantó gráfico atestado de mi presencia. Fuimos, pues el Dr. Ayensa, su encantadora esposa y sus estupendamente educados hijos (parece peloteo, pero es la pura verdad), mi querida esposa y este humilde cronista.

¿Qué decir cuando haces algo que ni en sueños podrías haber pretendido?

Sólo diré que, cojo y todo, subí por los andamios hasta la cima de los Propíleos; que, renqueante y dolorido, ascendí por la escalera de la torre franca a la cima del Partenón. Extasiado.

(Sé que me estoy poniendo rimbombante e hiperbatónico, pero es que con el recuerdo se me dispara el estro. Soy así, ya no peleo contra mí mismo.)

Debo decir que alguna parte maligna de mi personalidad se regocijó cuando, al vernos en zona prohibida, un turista español, de los de chándal blanco, gorrita de béisbol (torcida) y cara de desertor de la E.S.O. Dijo : “¿Y esos que hacen ahí?” Y su colega, con idéntico uniforme y catadura, le respondió:”Serán VIPS”. ¡Qué leches!, por una vez en la vida, Sí.

Tras la agotadora visita nos repusimos comiendo platos típicos en un cercano restaurante. Luego me tocó, gozosamente, trasladar mis 185 fotografías del evento al ordenador. “Sólo” hice 185 porque me discipliné en fotografiar únicamente aquello no habitualmente accesible. Un privilegio de pocos.

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