Llegamos a Grecia con algo de retraso, cortesía de los chicos del SEPLA, y a la mañana siguiente fuimos a hacer la compra de vituallas para rearrancar la casa (comida, leña, etc.). Era día 31 y apenas tuvimos tiempo de completar las tareas. Por la noche teníamos invitación de nuestros caseros-vecinos a cenar y entrar juntos en el año. Declinamos la cena porque sabíamos que sería tras la medianoche y que eran legión los invitados. Prometimos, eso sí, pasarnos a recibir el año nuevo en su compañía.
Tras cenar a las nueve y media, a cosa de las once y cuarto pasamos a casa de los vecinos. Unos minutos después empezaron a llegar los invitados, todos vestidos de fiesta y media. Nosotros no es que fuéramos de trapillo, pero había un abismo. A las doce menos cuarto empezaron a encender velitas y en la televisión apareció el Alcalde de Atenas largando un discurso aburridísimo, mientras a su derecha ponían un reloj con segundero. Cuando quedaban unos diez segundos para medianoche, Grigoris dio la orden para que su hijo Panagiotis apagara las luces de la casa por el expeditivo procedimiento de cortar el interruptor diferencial de la casa. Obviamente, la televisión se apagó también y, al cabo de unos segundos de casi silencio, todos prorrumpieron en gritos de Χρώνια Πολλά με υγεία! ( es decir “muchos años con salud”). O sea, que entramos en el año nuevo “a ojo”, más o menos a la hora y sin sincronizarnos con nadie.
Grecia químicamente pura.
Como se ponían a cenar y nosotros ya habíamos cumplido, nos retiramos discretamente. Pusimos la parabólica -la antena de la tele, digo, que no soy la tita Espe, ni Mortadelo, aunque algo sí Filemón- y, tras ver las opciones televisivas patrias y aprovechándonos del desfase horario, entramos en el año nuevo español sincronizados con el Reloj de la Puerta del Sol, como dios manda y es costumbre, con sus doce uvas y todo.El día dos de enero es feriado en Grecia, como compensación por los días de más que se abre en diciembre (sic). Dí un paseo y comprobé que la vida sigue, y el ayuntamiento de Atenas, inasequible al desaliento, había colocado un nuevo árbol. También pude ver a mis queridos perros públicos que estaban tirados delante de las escaleras de la Plaza de Sintagma, no por afán de notoriedad, sino porque ahí está la salida de aire caliente del Metro... listos los jodíos.Fue el día tres que se pudo salir por ahí. Es el cumpleaños de mi ahijado D. Armando Rodríguez Zurrón y se le llamó oportunamente.El día de mi cumpleaños, es decir el cuatro de enero, mi santa esposa estaba dispuesta a concederme todos mis caprichos y, resignadamente, me acompañó por las laderas del monte Parnithas, a sólo 30 kilómetros de Atenas hasta los 1400 metros de altura donde estaba francamente nevado e inhóspito.Bajamos luego y comimos esas chuletitas de cordero que justifican “per se” un viaje a Grecia.
El día de reyes (Teofanía por estas tierras) bajamos a la costa, concretamente a Glyfada a ver una de las más acendradas tradiciones locales. En día tal y tras una misa de obligada asistencia social, -eso sí, se entra y sale a conveniencia durante la larguísima ceremonia- con la iglesia escoltada por el ejército y autoridades locales en sitio preferente, se acompaña al Pope al puerto, donde, tras y en medio de sus peculiares cánticos religiosos, se arroja una pequeña cruz al agua (sí, en enero).
Los mozos del pueblo nadan-corren hasta la cruz y el que la consigue es muy honrado por su hazaña.Otra tradición del día, es comer la “Basilópita”,o sea, la “torta de San Basilio” (Este es el santo de los regalos de los niños en año nuevo). Un pastelón algo insípido y de gran tamaño como se puede apreciar.Como todo lo bueno se acaba rápido, el día siete tomé el avión, con sólo dos horas y media de retraso, nuevamente cortesía de los chicos del SEPLA...
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